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domingo, 26 de febrero de 2012

ARTE OLFATIVO


El Olor en la Práctica Artística


Si pensamos en los cinco sentidos, la vista y el oído son a los que damos más importancia en nuestra vida cotidiana, quizás por eso son los más presentes en las prácticas artísticas. El sentido del tacto es menos habitual en este campo, pero además del arte propiamente táctil y de ciertas obras interactivas y/o lúdicas, muchas veces va implícito en ciertas piezas sonoras y audiovisuales que, aunque no estén centradas en el hecho de ‘tocar’, juegan con sensaciones táctiles gracias a que el sonido se trasmite a través de unas vibraciones que podemos llegar a sentir físicamente. En el caso del gusto, seguramente a muchos les vendrá a la cabeza al menos algo relacionado con el ‘food art‘ (arte comestible), pero ¿y el olfato?


Como decía hace un momento, solemos considerar más importantes la vista y el oído que los otros tres sentidos, probablemente porque el tacto, el gusto y olfato son reacciones más instintivas y menos racionalizables. Existen estudios
científicos que afirman que lo primero que sentimos al nacer son los olores, antes de que podamos ver o escuchar nada. Quizás la explicación de que con el tiempo el olor pase a un segundo plano tiene que ver con que las partes del cerebro implicadas en el uso del lenguaje tienen pocos enlaces directos con el sistema olfativo, y quizás por esta misma razón el olfato no suele estar presente en la práctica artística.

El olor nos remite a reacciones instintivas, a experiencias y memorias pasadas, pero no a razonamientos lógicos o ideas, algo mucho más fácil de transmitir a través de la imagen, el sonido o la palabra. Los olores son volátiles y evanescentes, y aunque se pueden ‘capturar’ (no olvidemos la próspera industria del perfume), es obvio que es mucho más complicado registrar, reproducir y conservar un olor que un sonido o una imagen.


No obstante, en los siglos XVIII y XIX era bastante habitual que en las funciones teatrales se usasen fragancias para sumergir a los espectadores en la atmósfera de la obra —para recrear el ambiente fantástico y etéreo en las obras sobre hadas o para imitar el olor real de un tocador femenino, por ejemplo. En la industria del cine se han hecho algunos experimentos de este tipo desde principios del siglo XX, basados tanto en olores diseminados por la sala como en unas tarjetas que había que rascar para oler algo concreto en ciertas escenas, pero por alguna razón no han pasado de anécdotas.

Actualmente, el olor brilla por su ausencia, seguramente porque en las sociedades occidentales se hacen grandes esfuerzos para suprimirlo en los lugares públicos, sin olvidar que la televisión, los ordenadores y toda la demás parafernalia tecnológica característica de nuestra época no huele.


A pesar de todo, podemos hablar de arte olfativo. A veces los artistas preocupados por el olor simplemente lo integran de alguna manera en sus performances o instalaciones, como un elemento más. En este sentido podemos citar a Ernesto Neto, un artista brasileño que crea espacios escultóricos que se pueden tocar y oler; o al colectivo de VJs holandeses Barkode, que añaden olores a las imágenes y la música.

Si buscamos a creadores que trabajen exclusiva o principalmente con el olor, la verdad es que la lista no es muy amplia.


Entre
los pocos y con el propósito de esta nota mencionamos dos artistas que centran su trabajo exclusivamente en esta disciplina: Maki Ueda y Sissel Tolaas.

Maki Ueda se define a sí misma como artista olfativa y sensorial. Es una japonesa afincada en Holanda que trabaja con el olor en relación a la memoria, las emociones, la percepción y las experiencias personales. Quizás lo más llamativo de Ueda es que no trabaja con ingredientes sintéticos, como la industria del perfume, maneja solamente ingredientes naturales, destilando los olores a partir de su propia fuente a través un proceso bastante sencillo.

Ueda crea tanto piezas olfativas como instalaciones, además de realizar talleres en los que enseña tanto a ser más consciente del sentido del olfato como a capturar los olores de nuestro entorno. Un buen ejemplo de su trabajo podría ser Aromatic Journey #1, que consiste en 11 botellitas con olores relacionados con su niñez. El funcionamiento es simple, sólo hay que agitar un poco la botella, echar unas gotitas de su contenido en un papel y oler. Quizás la ausencia de elementos sintéticos, de dispositivos difusores y demás parafernalia tecnológica tiene que ver con la sensibilidad tradicional japonesa; no olvidemos que existe una antigua ceremonia llamada Kodo —relacionada con el ikebana y la ceremonia del té— centrada en el olor del incienso.


Sissel Tolaas tiene un enfoque bastante diferente, sus antecedentes están en el mundo de la química, las matemáticas y la lingüística, y ha colaborado con grandes multinacionales. Lejos del ‘naturalismo’ de Ueda, prefiere trabajar con olores corporales y urbanos y conceptos como el dinero o el miedo. Una de sus obras más conocidas consiste en una pared ‘pintada’ con feromonas del sudor de varios hombres en situaciones extremas.

Curiosamente, Tolaas no cree que su sentido del olfato sea especialmente bueno, pero afirma que empezó a ‘entrenarse’ cuando se dio cuenta de que, a pesar de que el olfato es el sentido más primitivo, está mucho
menos estudiado que la vista y el oído. Actualmente, cuenta con un archivo de más de 7.000 olores guardados en botes herméticos, con fragancias de todo tipo, desde plátanos podridos a telas sucias.

La obra de Tolaas tiene un trasfondo mucho más tecnológico y científico que la de Ueda, e incluso ha ejercitado su percepción y mente para deshacerse de los prejuicios sobre lo que es un buen y un mal olor, optando por una perspectiva claramente analítica.

Aunque el trabajo de estas dos artistas no tiene mucho que ver, ni en términos de métodos ni conceptos, creo que ambas parten de la idea de que el olfato es una fuente más de conocimiento y de relación con nuestro entorno, y que si nos esforzamos por prestarle más atención podemos añadir otra capa de conocimiento a nuestra percepción sensorial.

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